Recuerdo aquella tarde, por la calle, lloviendo, el viento frío en mi cara.
El olor de la madera mojada, naranjas caídas por el suelo, evitando charcos, los zapatos mojados.
Recuerdo aquella sonrisa de sabia satisfacción, de plenitud, de impaciencia por contar lo que tanto azote me producía dentro.
Recuerdo la impaciencia por llegar, por compartir, por sentir que no era yo la única persona que lo sabía, y tener tu mirada en mi mirada sintiendo felicidad.
Recuerdo lo que no dijiste, lo que pensaste y callaste pausadamente.
Recuerdo la actitud, la sencilla indiferencia ante la explosión, ante el volcán en erupción que llevaba ante ti.
Recuerdo no sentirme nunca tan defraudado, con tanto desasosiego, incomprensión y sentimiento de vergüenza, por haber esperado la luz, cuando solo tinieblas ante mi aparecían.
Recuerdo volver a la calle, el viento helado, la lluvia mojándome ya, y no importarme, recuerdo la sensación de libertad, de andar sin rumbo, de no saber donde ir, de pensar tanto que no veía lo que tenía delante.
Recuerdo tantas cosas que quiero olvidarlo todo, pero cuando se recuerda tanto, es tan difícil olvidar.
Con el tiempo he pensado que recordar es de sabios y olvidar es de ignorantes.